Nota primera
Sin una lectura previa de La Diana, de Jorge de Montemayor, en
particular el segundo de sus siete libros, esta comedia podría desilusionar al
lector que busca en ella la madurez de Shakespeare. Leída La Diana con antelación, en cambio, The two gentlemen of Verona cobra entonces un sabor que nos permite
apreciar su sencillez e incluso sus imperfecciones y su condición de ejercicio
de estilo de un joven de 27 años que acaba de llegar a Londres.
Nota segunda
Sin el conocimiento de Jorge de Montemayor
y de la historia de su Felismena, digo, es muy fácil que los enredos amorosos
de Los dos hidalgos… nos fastidien
por pueriles. El enfado no nos asalta, sin embargo, con
Fernando y Miranda (La Tempestad) ni
tampoco con Lorenzo y Jessica (El
mercader de Venecia), a pesar de que en tales parejas se reproduce la misma
candidez sentimental y la misma inestabilidad emocional de los dos jovenzuelos
de Verona y sus prometidas. No nos cansan los amores de las parejas citadas, no
porque no sean en sí insufribles –que lo son- sino porque hay una estructura
dramática que los redime poéticamente, una estructura que los soporta y que nos ayuda a soportarlos (otras cosas muy distintas
encontramos tanto en Otelo y Desdémona como en Macbeth y su esposa, así como en
Hamlet y Ofelia; muchas cosas se hallan en estas tres parejas, excepto
niñerías; trataré el caso de Romero y Julieta a su debido tiempo, para no hacer juicios apresurados sobre la profundidad de sus sentimientos y de su tragedia).
Nota tercera
Entendemos fácilmente que Cervantes haya
leído La Diana y que lo haya hecho
desde muy joven. ¿Pero cómo hizo Shakespeare para leerla, si la primera
traducción al inglés de la novela de Jorge de Montemayor es de 1598, y la
comedia de Shakespeare es de 1591?
Se me ocurre pensar que Shakespeare leyó
La Diana en español o en alguna
traducción francesa o italiana. Pero mi amigo Octavio Herrero, quien piensa
mejor y más rápidamente que yo, sugiere algo muy posible: lo que cuenta
Montemayor en el segundo libro de su novela pastoril es una historia popular y
conocida en toda la Europa del siglo XVI. Puede ser. Seguiré investigando.
Nota cuarta
El segundo libro de La Diana vuelve a dar voz a los pastores del primero, pero añade
personajes nuevos y dedica su mayor parte a la historia de Felismena, que es
definitivamente la historia que recoge Shakespeare para Los hidalgos de Verona.
(Debo advertir que, como género narrativo,
la novela pastoril no tiene prisa alguna en desarrollarse y se solaza en los
detalles, lo que no es un defecto sino uno de sus encantos; de cualquier manera, resumiré lo más posible):
A los diez y siete años, Felismena
despierta el amor de un vecino llamado Felis, quien le envía cartas a través de
una criada, Rosina. Ella, Rosina, además de servir a Felismena, es su
confidente. Felismena finge no querer las cartas, así que la sabia Rosina deja
una de ellas, como por descuido, en el dormitorio de su ama. Felismena termina
por aceptar las pretensiones de Felis, hasta quedar enamorada (recordemos el hilarante momento de Los dos hidalgos de Verona en que Julia rompe la carta que le ha entregado Lucetta, para luego ponerse a hablar con los pedazos de papel).
Felis es enviado por su padre a la corte
de la princesa Augusta Cesarina, para hacer de su hijo un hombre de provecho.
La partida y la distancia, sin embargo, acrecientan el amor de Felismena, quien
decide viajar a la corte disfrazada de hombre (se hace llamar Valerio), para
saber qué hace su Felis. ¡Y qué iba a hacer sino enamorarse de otra!
Felismena, disfrazada de Valerio, se
entera, por boca de Fabio, paje de Felis, que su amo está enamorando a una
mujer llamada Celia, quien lo rechaza, pues está enterada de su inconstancia.
Con los buenos oficios de Fabio, Felismena –todavía disfrazada de Valerio- logra
entrar al servicio de Felis, de quien se vuelve su confidente y su contacto con
Celia. Celia, por su parte, termina enamorándose de Valerio, y al no ser
correspondida muere de amor (ya en la primera parte de La Diana, Jorge de Montemayor nos sorprende con un relato de tono lésbico mucho más atrevido).
En Shakespeare, Felismena es Julia
(Valerio es Sebastián), Felis es Proteo, Celia es Silvia, Fabio es Launce,
Rosina es Lucetta, la princesa Augusta Cesarina es el Duque de Milán.
Shakespeare cambia el final de la
historia (matar a Julia o dejar que la violara Proteo no hubiera sido lo más adecuado para terminar una comedia); pero lo que nos queda a todos (al menos a los
lectores del siglo XXI) es un profundo malestar por la reprobable conducta de
los varones y el maltrato recibido por las mujeres, tanto en William
Shakespeare como en Jorge de Montemayor.
Si bien Los dos hidalgos de Verona es una obra de juventud, quedan en
nuestra memoria las reflexiones sobre la pasión amorosa que hacen los
protagonistas. Transcribo algunas de ellas:
Valentín: Amar es comprar desprecios con
lamentos, miradas de desdén con suspiros de dolor; es cambiar por un instante
de placer veinte noches de ansiedades y desvelos. Si se triunfa, cara cuesta la
victoria. Si se nos engaña, sólo conservamos desastres. ¿Qué queda, pues, del
amor? Una tontería conseguida a fuerza de ingenio, o un ingenio vencido por la
tontería o la locura.
Proteo: ¡Oh, qué
parecida es esta pasión naciente a la belleza insegura de un día de abril! Deja
de pronto ver el Sol en toda su gloria y al instante una nube lo cubre todo.
Relámpago (Speed). Amor
es un camaleón, que puede vivir del aire.
Por otra parte, mi dos
momentos favoritos están, uno en la segunda escena del primer acto (que ya mencioné), cuando
Julia rompe la carta de Proteo, para inmediatamente arrepentirse y hablar con
cada uno de los pedazos de papel (lo que nos causa risa nerviosa a quienes hemos protagonizado ridiculices parecidas en algún momento oscuro de nuestra vida); y el otro exactamente al principio de la
tercera escena del segundo acto, cuando Launce nos habla de la tradición de
lloriqueos de su familia y de la contrastante impasibilidad de su perro Crab.
He buscado en YouTube alguna actuación
decorosa de dichos momentos, pero sólo me he encontrado con aficionados que
destrozan el texto. Seguiré buscando alguna buena actuación.
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