sábado, 26 de marzo de 2016

El mercader de Venecia

Primera nota

Estamos en Venecia, la de larga y suave decadencia. Son días de carnaval y mascarada, así que tenemos como escenografía una escenografía, es decir, un mundo de apariencias donde el único ser auténtico y sin máscara es Shylock.

Es Shakespeare en su tinta: volvemos al teatro dentro del teatro.

Para esta obra, los actores representan personajes que se vuelven actores que se vuelven personajes, no sólo porque hay fiesta en las calles sino porque hay necesidad y deseo de clandestinidad y de engaño.

Amante furtiva, Jessica se viste de paje para ser raptada por Graciano; Porcia y Nerissa se disfrazan de jóvenes letrados para salvar a Antonio. Volvemos, pues, al teatro y a la identificación de la vida como un escenario: “No tengo al mundo más que por lo que es, Graciano: un teatro donde cada cuál debe representar su papel, y el mío es bien triste”, advierte Antonio, cuyas palabras me hacen verlo como un veneciano pre-renacentista, absolutamente medieval, que define el mundo como una obra escrita por Dios, actuada por los hombres y apuntada por la conciencia (Shakespeare, en el siglo XVI, es la última catedral gótica, escribe Víctor Hugo en uno de los más hermosos capítulos de Nuestra Señora de París, el segundo del libro quinto).

El Shylock pintado por Johann Zoffany (1768)

Segunda nota

La humillación de Shylock, su humillación como castigo es lo que pide el noble y bondadoso Antonio, mercader de Venecia; la más dolorosa humillación: renunciar a su fe y hacerse cristiano.

Estuve a punto de pasar por alto este detalle si mi querido Octavio Herrero, lector más lúcido y mucho menos descuidado que yo, no me hubiera señalado que ahí, en esa obligada conversión, está la dolorosa derrota de un hombre cuya única falta es el deseo de venganza a través del cumplimiento de la ley.





Tercera nota

Después de ver y volver a ver la versión cinematográfica de El mercader de Venecia de Michael Radford (2004), y de conmoverme e indignarme ante las humillaciones que sufre Shylock, decidí regresar al texto original, para saber si mi compasión surge de la lectura de Radford y de la magistral actuación de Pacino, o si en realidad Shakespeare también está denunciando la execrable conducta de los cristianos venecianos contra un hombre justo.

Tal vez ha habido antisemitismo en muchas de las puestas en escena de El mercader de Venecia (las más groseras, aquellas que representan a Shylock como un ser vil, siniestro y desalmado). Tal vez el mismo Victor Hugo es torpe y descuidado al decir, en su ensayo sobre Shakespeare, que se le antoja insultar a Shylock (¡Bien mordido, judío!) -aunque más adelante el poeta francés advierte que Shylock es un judío, no los judíos; pero, de todas maneras, no encuentro antisemitismo en el texto de Shakespeare sino, muy al contrario, constantes señalamientos al antisemitismo de la época (que habría que estudiar con tiento, para tratar de explicarlo, dado que los judíos fueron expulsados de Inglaterra trescientos años antes de escrita la obra: no hubo en la época isabelina una comunidad judía manifiesta).

Cuarta nota

¿Es Shylock, en la obra original, un personaje antagónico que se enfrenta a los héroes cristianos? ¡No! Pienso que no. Es claro que Shakespeare no simpatiza moralmente con Antonio ni con Bassanio, así que los exhibe como son, hipócritas y convenencieros, para que sea el público atento el que los juzgue. Sí hay, en cambio,  una defensa de Shylock, y esta defensa habla muy bien del  dramaturgo. Un escritor hostil a los judíos no pondría en boca de uno de ellos la siguiente arenga, acaso la más profunda, bella y conmovedora de la obra:

-¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?

Shakespeare ubica a Shylock como personaje protagónico. Fueron y han sido  las representaciones las que lo volvieron un ser despreciable para un público dispuesto a despreciar. ¡Y no sólo las representaciones! El doctor G.D. Perednik responsabiliza también a los traductores: Marcelino Menéndez Pelayo, por ejemplo, traduce la petición de Antonio en los siguientes términos: “…que abjure de sus errores y se haga cristiano”. El texto original dice: “that, for this favour, he presently become a Christian”. ¿De dónde saca Menéndez Pelayo “los errores”? De su personal, prejuiciada y muy católica opinión de la fe judía (Luis Astrana Marín, en cambio, traduce fielmente: “que se vuelva sin demora cristiano”).

Llamar comedia a esta tragedia, es otro de las insultantes y maliciosas injusticias que se cometen contra Shylock, que no muere como mueren Hamlet (Lo demás es silencio), Macbeth (¡Ataca, pues, Macduff, y maldito sea el que primero grite "¡Detente, basta!) y Otelo (Sólo resta matarme y morir con un beso), ni siquiera como el operístico Ricardo III (A horse, a horse, my kingdom for a horse!), sino que le arrancan el alma y lo dejan muerto en vida, obligándolo a decir Estoy satisfecho. No muere Shylock, sino que sale de escena como un perro.

Quinta nota

De mi lectura directa se desprende la misma indignación: Antonio, Bassanio, Jessica (la hija de Shylock), Lorenzo y Graciano son seres detestables que merecen mi repudio.

Antonio es un antisemita arrogante que pretende quedar moralmente encima de Shylock, a quien rechaza por practicar la usura, pero que no duda en acudir a él para conseguir tres mil ducados y ayudar con ellos a su amigo Bassanio. Su soledad nos enternece, pero su prepotencia nos irrita.

Bassanio es un vivales que pretende resolver su pobreza obteniendo la mano de Porcia, una rica heredera. ¡Y la consigue! La consigue como quien va a jugar a una feria de acertijos y gana: atina a elegir, en el palacio de Belmont, el cofre correcto, el de plomo opaco (dull lead), aquel en el que se encuentra el retrato de Porcia (Quien me escoja debe dar y aventurar todo lo que tiene). ¡Pero juega con el dinero de otro, con el dinero de su amigo Antonio, y ni siquiera con el dinero de él, sino con el dinero de Shylock! ¿Con qué cara se atreve este caza fortunas a criticar la usura del judío? En él mismo recaen sus propias palabras: Las más brillantes apariencias pueden cubrir las más vulgares realidades.

Digresión. 
En realidad, los tres mil ducados 
no salen de la bolsa de Shylock. 
El usurero solicita el apoyo 
de su amigo Tubal 
(a walthy hebrew of my tribe).

Jessica es una ladrona y una hija desagradecida: roba a su propio padre para entregar a su raptor, Lorenzo, las joyas y los ducados de Shylock. Jessica es como la Zoraida del Quijote: ambas abandonan a sus respectivos padres y reniegan de su fe; ambas escriben sendas cartas a sus amantes, para atraerlos, y regalan fortunas que nos les pertenecen. Lorenzo y Ruy Pérez de Viedma son los beneficiarios de la deslealtad filial.

Lorenzo y Graciano son comparsas de los otros (secuaces, mejor dicho), así que no merecen mi atención. No salva al primero, sin embargo, su melomanía -que ha de ser la de Shakespeare-, pero merece ésta que la recordemos: 

El hombre que no tiene música en sí, es incapaz de emocionarse con la armonía de los dulces sonidos, pero es apto para las traiciones, las estratagemas y las malignidades; los movimientos de su alma son sordos como la noche, y sus sentimientos tenebrosos como el Erebo; no os fiéis jamás de un hombre así; escuchad la música.

¡Muérdete la lengua, Lorenzo!

Porcia y Nerissa son las menos desagradables de toda esta caterva; sin embargo, ambas cometen intrusismo profesional: se hacen pasar por un abogado y un pasante de leyes.

Así que aquí el único que no ha cometido falta alguna es Shylock. Su única culpa es el deseo de venganza y la falta absoluta de misericordia, conducta que él mismo justifica al advertir al duque, cuando éste le demanda clemencia, que él, el duque, tiene esclavos a los que emplea como asnos y perros en tareas abyectas y serviles, uso concedido por el derecho de haberlos comprado; ergo, esta libra de carne que le reclamo la he comprado cara, es mía, y la tendré; si me la negáis, anatema contra vuestra ley…

Sexta nota

No pretendo hacer una defensa incondicional de Shylock. Comparto la opinión de Robert Appelbaum de que si aceptáramos los argumentos legales de Shylock tendríamos que aplaudir los argumentos políticos de la Unión Europea respecto a obligar a Grecia a pagar su deuda: una deuda es una deuda –afirman la UE y Shylock-, y debe ser saldada, dado que no hacerlo es atentar contra el estado. Sin embargo, entiendo muy bien al rico judío, envenenado por el permanente maltrato de Antonio (maltrato que no se detiene ni siquiera cuando el mercader se ve en la necesidad de pedir un préstamo).

Séptima nota

Pero hablemos un poco del carácter melancólico de Antonio. La obra comienza con la manifestación de su tristeza. Y no sabemos cuál es el origen de su estado de ánimo. Tampoco el mercader parece saberlo. O acaso esconde los motivos. Michael Radford ofrece una explicación muy atractiva para los espectadores del siglo XXI (aunque, en las entrevistas, el director es astuto y otorga a los espectadores el permiso de interpretar las cosas así o de otra manera -lo mismo hacen Jeremy Irons y Joseph Fiennes, cuyo beso nos hace arquear las cejas, sonreír cómplices y complacidos… y pensar: ¡Ah, creo que ya entendí lo que está pasando!): Antonio ama a Bassanio con ese amor que no se atreve a decir su nombre (Alfred Douglas dixit). Y Radford no ha de ser el único ni el primero que insinúa (sólo insinúa) que Antonio ama a Bassanio y que entiende, sin embargo, que nunca será correspondido. Esta certeza lo hunde en la más abisal de las penas.





domingo, 20 de marzo de 2016

Otelo





Antonio Aura Boronat,
en el prólogo a su traducción de Shakespeare, de Víctor Hugo.

Primera nota

I am not what I am, revela Yago mientras teje sus intrigas. No soy lo que aparento, traduce atinadamente Luis Astrana Marín. Y con esta oración, Shakespeare anuncia que, de nuevo, habrá teatro dentro del teatro.

Yago, a sus escasos 28 años de edad, es un alma retorcida y resentida (sospecha que Emilia, su mujer, lo engañó alguna vez con Otelo; y no entiende por qué el moro no lo ha elegido a él como teniente sino que ha preferido a Miguel Cassio; así que lo odia por partida doble y decide destruirlo, muy a la manera de otro gran personaje de Shakespeare: Ricardo III): finge lealtad y amistad frente a Cassio, frente a Desdémona y frente al mismo Otelo, mientras esconde sus odios y sus envidias, de cuya naturaleza sólo se entera el tonto de Rodrigo (aunque al final se descubre toda la maldad de Yago).

Segunda nota

El I am not what I am de Yago nos recuerda el Yo sé quién soy del Quijote, que en el caso del caballero andante es como decir “Yo creo en la imagen que tengo de mí mismo”. Pero si Yago y el Quijote están representando un papel, ¿cuál es la diferencia entre ambos personajes? Pregunto esto porque los dos podrían suscribir lo que Yago afirma frente a Rodrigo: 

Somos lo que nosotros mismos hemos decidido ser. La voluntad es el jardinero de nuestro cuerpo, de nuestro jardín 
(Our bodies are our gardens, to the wich our wills are gardener).

Pregunto de nuevo: ¿Cuál es la diferencia entre ambos personajes?

Busco una respuesta y la encuentro en aquello que afirma Chesterton (y que siempre cito a la menor provocación): Loco es el que ha perdido todo, excepto la razón (Yago). Y yo añado (estoy seguro de que Chesterton suscribiría mis palabras): Loco es el que ha perdido todo, excepto la fe en sí mismo (don Quijote). 

Digamos, entonces, que la diferencia entre los dos personajes está en la base de su respectiva locura: La razón (Yago) y la fe (don Quijote). ¿Pero cuál es la razón de Yago? ¡La razón renacentista! Sé quien deseas ser.

Tercera nota

Hay un momento en que Yago declara brevemente lo que Giovanni Pico della Mirandola desplegó y vistió de luminosos argumentos en su Discurso sobre la dignidad del hombre, que es, sin duda, uno de los primeros programas filosóficos del pensamiento moderno…

Pico della Mirandola (1486): Las bestias sacan consigo del vientre materno todo lo que tendrán después. Al hombre, en cambio, le es conferido desde su nacimiento gérmenes de toda especie y gérmenes de toda vida. Y según como cada hombre los haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Y si fueran vegetales, será planta; si sensibles, será bestia; si racionales, se elevará a animal celeste.

Yago (1603): Podemos plantar ortigas o lechugas; sembrar hinojo y escardar tomillo; echar una sola clase de semilla o arruinarlo con muchas; podemos dejarlo estéril o hacerlo fructífero con nuestro tesón… Depende solamente de nosotros mismos. ¡Es nuestro privilegio! ¡El de nuestra voluntad! Si en las balanzas de nuestras vidas la razón no sirviera de contrapeso a las pasiones, la bajeza del natural instinto nos haría cometer los mayores despropósitos… Para eso está la cabeza, para controlar los impulsos, para frenar la urgencia de la carne, la lujuria salvaje, eso que tú llamas amor y que de él no es sino esqueje o accidente.

Cuarta nota

Vuelvo a lo señalado en la primera nota: el teatro dentro el teatro. 

Al leer Otelo, me viene a la memoria el disfraz de locura que decide utilizar Hamlet para engañar a su tío (y para que éste se confíe); la ensoñación en la que Próspero, con ayuda de Ariel, envuelve a los náufragos de La Tempestad; las hadas y los duendes de Sueño de una noche de San Juan (Oberón, Titania y Puck), quienes trastocan los sentimientos de los amantes y confunden la identidad de quienes visitan su bosque… ¡Esto es Shakespeare en su caldo! Tácito o expreso, siempre hay teatro dentro del teatro en la obra del stratfordiano: en Medida por medida (el duque Vicencio disfrazado del fraile Ludovico), en Hamlet (La Ratonera/El asesinato de Gonzago), en Sueño de una noche de San Juan (la trágica historia de Píramo y Tisbe, convertida en comedia involuntaria).

Quinta nota

El comportamiento de Brabantio (sus exabruptos, sus racismo, su intolerante rechazo a la relación entre su hija y el moro Otelo) me recuerda a Tillie (Isabel Sanford), la sirvienta de los Drayton en ¿Sabes quién viene a cenar? (1967). El racismo de Tillie es mucho más patético por el hecho de que ella es negra. Brabantio y Tillie pueden tratar con Otelo y John  Prentice (ambos profesionales exitosos, apreciados y admirados en su entorno), pueden, digo, tratar con ellos… siempre y cuando ni el valeroso general ni el reputado médico se salgan de su lugar ni de su condición racial. 

Brabantio (a Otelo): Aquí te entrego de todo corazón lo que de todo corazón yo te negara, si no lo hubieras ya tomado.

Tillie. Civil rights is one thing, this here is somethin’ else.

Sexta nota

Envenenado por Yago y enfermo de celos, Otelo se comporta como un idiota furibundo que ha perdido toda capacidad de sensatez, exactamente como Anselmo, el personaje de El curioso impertinente, una novela completa dentro de la primera parte del Quijote (capítulos XXXIII, XXXIV y XXXV); y exactamente como Francisco Galván de Montemayor (Arturo de Córdova) en Él, de Luis Buñuel, 1953.

Séptima nota

Las dos películas basadas en Otelo que he visto son la de Orson Welles (1952) y la de Oliver Parker (1995). Ambas me gustan, a pesar de ser tan diferentes entre sí (la primera, hecha con tres pesos y con una fotografía que yo llamaría bellamente siniestra y con decorados que asocio con el expresionismo alemán; la segunda, muy al estilo de las grandes producciones). Yago es convincente tanto en la primera (Micheál MacLiammóir) como en la segunda (Kenneth Branagh). Lo único que desmerece en la versión de Welles es el betún con el que lo hicieron moro (pero se entiende: no hubo dinero para otra cosa -Welles tuvo que poner de su propio dinero para salvar la producción).

Octava nota

Además de las citas que han aparecido en las notas anteriores, dejo aquí algunas palabras memorables de la tragedia de Shakespeare:

Brabantio (a Otelo).  Si traicionó a su padre, podría traicionarte a ti.

Yago. Muchas son las cosas que el tiempo encierra en su vientre y que están a punto de ser paridas.

Yago (aparte, mientras observa la mutua ternura de Otelo y Desdémona). Ahora estáis acordes. Yo aflojaré las llaves que producen tal música.

Yago (con el pañuelo de Desdémona en la mano). Lo que es liviano como el aire, pruebas firmes parecen al celoso.

Yago: ¡Sigue actuando, veneno! Atrapa, de ese modo, a crédulos y a necios, que así se difama a castas damas.

Otelo (escondido, escucha a Cassio hablar de Bianca –pero el moro cree que habla de Desdémona). ¡Ah! Puedo ver tu nariz, pero no el perro al que se la echaré.

Otelo (ésta afirmación se lleva la tarde). Si las lágrimas de mujer pudieran fecundar la tierra, de cada gota derramada brotaría un cocodrilo.


Otelo (entra con una antorcha y se acerca a la alcoba donde se encuentra Desdémona). Apaga la luz. Y ahora… apaga la luz (Put out the light, and then put out the light).