lunes, 11 de abril de 2016

Medida por medida

Porque del mismo modo que juzguen a los demás, 
los juzgará Dios a ustedes, y los medirá con la misma medida 
con que ustedes midan a los demás
Mateo 7, 2.



Nota primera

Durante toda la obra, el espectador atento se hace muchas preguntas: ¿Por qué Isabella defiende a capa y espada su virginidad, aun a costa de la posible muerte de su hermano? ¿No es esa defensa tan monstruosa como la lujuria de Angelo? Si nos espanta que en la Viena de Shakespeare se castigue con la muerte la fornicación, ¿no debe escandalizarnos de igual manera la fanática castidad de la novicia? Sí, por supuesto. Pero así son las cosas: estamos ante un divertido encuentro de deformidades morales (quien pele los ojos al leer el adjetivo “divertido”, tendría que haber escuchado la sana risa del público adolescente en el Shakespeare’s Globe de 2015). 

Y ya que hablamos de almas turbias, ¿qué podemos decir del duque Vicentio? ¡Es él, definitivamente, el Yago de Medida por medida! ¿Sabía Vicentio, desde antes de nombrar a Angelo su vicario, que éste había despreciado a Mariana, su prometida, al perder ella la dote tras el trágico naufragio de su hermano? Tal y como se lo cuenta a Isabella (en el tercer acto), pienso que sí, y sospecho más: Vicentio busca reivindicar a Mariana y obligar a Angelo a desposarla, mediante la treta (diseñada por el mismo Duque) de hacer pasar a Mariana por Isabella. Hay en Vicentio, insisto, mucho de Yago y también de Anselmo, el curioso impertinente cervantino.

Nota segunda

No resisto el impulso de transcribir un pasaje de Harold Bloom (Shakespeare, la invención de lo humano): La Viena de Shakespeare es un chiste pre freudiano contra Freud, una venganza shakespeareana por el ardiente apoyo que dio Freud al delicioso argumento de que “el hombre de Stratford” de humilde origen había robado todas sus obras al poderoso duque de Oxford (recomiendo ver Anonymous, de Roland Emmerich, 2011). Vicentio es el tipo de todos esos herejes freudianos que se rebelaron contra su patriarca y sedujeron a sus pacientes femeninas mientras proclamaban la pureza científica de la transferencia psicoanalítica. Esto haría de Isabella el tipo de todas esas talentosas y bellas, perturbadas y perturbadoras musas histéricas del psicoanálisis, las mujeres de Viena que Freud y sus discípulos exaltaron y explotaron a la vez. El manejo que hace Vicentio de Isabella –entre persuadirla de que colabore en el truco de la cama y después engañarla en cuanto a la ejecución de Claudio- se parece mucho a una manipulación transferencial, un condicionamiento psíquico que se propone prepararla para que se enamore de su padre fantasmal, el falso fraile y caprichoso duque.


Nota tercera (digresión aparente)

Al alterar la historia original de Notre-Dame de Paris (1831), el productor, el director y el guionista de El jorobado de Nuestra Señora (1923) destejen la trama de Víctor Hugo (admirador ferviente de Shakespeare) y traicionan su voluntad literaria. Desde su título, la película desvía la atención hacia Quasimodo e ignora gravemente la importancia de los personajes principales, que son y serán siempre la catedral de París y Claude Frollo. Hay escenas, sin embargo, que salvan la película, como aquella en la que Esmeralda da de beber agua a un azotado Quasimodo. La toma y las excelentes actuaciones de Patsy Ruth Miller y Lon Chaney, logran conmovernos tanto como el óleo de Luc-Olivier Merson (1903), pero sobre todo se acercan fiel y suficientemente al texto de Hugo (Libro VI, Capítulo 4, Una lágrima por una gota de agua), el cual, a propósito, evoca con absoluta nitidez la crucifixión de Jesús (las injurias y las burlas de la turba, la sed agónica del Verbo Encarnado, su desgarrada humanidad).

Viene lo anterior a colación porque el Claude Frollo de Nuestra Señora de París y el Angelo de Medida por medida son la misma criatura envilecida: sepulcros blanqueados que abusan del poder para satisfacer sus deseos mediante la extorsión. Tanto Esmeralda como Isabella son víctimas de quienes se presentan públicamente como dechados de virtud, sabios observantes de la ley pero que son, en la penumbra de sus almas, individuos atormentados por la disfunción de sus pasiones. Pero aquí vale advertir que no son, ni Frollo ni Angelo, cínicos como Yago ni como Ricardo III (aunque estos dos también viven su propio infierno interior), no tienen el archidiácono y el diputado  la malicia de Vicentio, sino que son perros desatados que ya sólo actúan por un hambre incontenible. Y lo que nos identifica con ellos es que reconocen su pecado, pero saben que ya no tienen fuerzas para controlarlo (con el "nos" me refiero a quienes tenemos, a veces, arrebatos de sinceridad).

Nota cuarta

A Samuel Taylor Coleridge esta obra le parece lamentable, sucia, degradante y repugnante, opinión que a Harold Bloom le parece más sensata que la de otros cristianos que quisieron ver en Medida por medida una clara alegoría de su propia fe.

Tal vez puede explicarse que un poeta cristiano tenga una opinión tan agresiva, porque  la obra en, sí, es moralmente inquietante.

Nota quinta (otra vez el luminoso Bloom)

Shakespeare, acumulando escándalo sobre escándalo, nos deja moralmente sin aliento e imaginativamente desconcertados, tal como si quisiera acabar con la comedia misma, arrojándola más allá de todo límite posible, más allá de la farsa, mucho más allá de la sátira, casi más allá de la ironía en su aspecto más salvaje.

Medida por medida, más específicamente que cualquier otra obra de Shakespeare, envuelve a su público en lo que me siento obligado a llamar la invocación y evasión simultáneas por el dramaturgo de la fe cristiana y la moral cristiana. La evasión es decididamente más pertinente que la invocación, no veo bien cómo la pieza, en lo que respecta a sus alusiones cristianas, puede considerarse sino como blasfema (esto, digo yo,  explica la agresiva postura de Coleridge frente a esta obra maestra).

Nota sexta

Fue en octubre de 2015 cuando tuve la fortuna de asistir, gracias a los buenos oficios de Juan Manuel Ramírez y acompañado por él mismo, a una de las funciones de temporada de Medida por medida ofrecidas en el Shakespeare’s Globe.

A orillas del Támesis y en medio de colegialas atentas, con un clima benigno y un gran trabajo actoral, el estar de pie durante tres horas no significó más que una levísima incomodidad, atenuada por la convicción de que así vieron muchos londinenses isabelinos el teatro de Shakespeare (aunque no sé si esta obra se presentó fuera de la corte –su primera representación se realizó el 26 de diciembre de 1604, ante Jacobo I).

A mitad de la obra, la adolescente que estaba a mi lado sufrió un desmayo y cayó como una pluma de gorrión. Inmediatamente, las mujeres de vigilancia acudieron a ella y la levantaron en vilo para llevarla a la enfermería. The show must go on. A nosotros, en cambio,  nada nos costó estar de pie durante tres horas, porque la excelente dirección de Dominic Dromgoole y el gran trabajo de los actores nos mantuvo atentos y contentos.

Nota séptima

Con Medida por medida se refuerza la idea que he expuesto en mis tres lecturas anteriores (La Tempestad, Otelo y El mercader de Venecia): Shakespeare construye sus piezas como teatro dentro del teatro, y los personajes fingen, se disfrazan, suplantan identidades. El duque Vicentio está preocupado por la promiscuidad imperante, pero no se atreve aplicar leyes que llevaban ya veinte años en el olvido. No se atreve, pues teme el juicio político  así que deja su personalidad jurídica y política a Angelo, conocido por su rigor moral y si mano dura en la aplicación de la ley. Pero Vicentio no se va a Polonia, como hace creer a la gente, sino que se disfraza de fraile para observar Viena sin él y en particular la conducta de Angelo (cosmos corrupto, llama Harold Bloom a la Viena de Medida por medida, que es, junto con Macbeth, una de las dos obras favoritas del crítico).


Nota octava (y obligadamente última, porque las lecturas de Medida por medida son infinitas)


Creo que el título de la obra se explica no, por supuesto, en el feliz desenlace (que parece contradecirlo) sino en la decisión de Angelo de acostarse con Isabella para expiar la culpa de Claudio (tú te acostaste con Julieta, yo habré de acostarme con tu hermana; le robaste su virtud a Julieta, que sea tu hermana quien robe la mía). Esto –insinúa Bloom- es el Marqués de Sade isabelino.
 
Nota: Las tres fotografías fueron tomadas por Juan Manuel Ramírez Belloso

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