Porque del mismo modo que
juzguen a los demás,
los juzgará Dios a ustedes, y los medirá con la misma
medida
con que ustedes midan a los demás.
Mateo 7, 2.
Nota
primera
Durante
toda la obra, el espectador atento se hace muchas preguntas: ¿Por qué Isabella
defiende a capa y espada su virginidad, aun a costa de la posible muerte de su
hermano? ¿No es esa defensa tan monstruosa como la lujuria de Angelo? Si nos
espanta que en la Viena de Shakespeare se castigue con la muerte la
fornicación, ¿no debe escandalizarnos de igual manera la fanática castidad de
la novicia? Sí, por supuesto. Pero así son las cosas: estamos ante un divertido
encuentro de deformidades morales (quien pele los ojos al leer el adjetivo
“divertido”, tendría que haber escuchado la sana risa del público adolescente en el
Shakespeare’s Globe de 2015).
Y ya que hablamos de almas turbias, ¿qué podemos
decir del duque Vicentio? ¡Es él, definitivamente, el Yago de Medida por medida! ¿Sabía Vicentio,
desde antes de nombrar a Angelo su vicario, que éste había despreciado a
Mariana, su prometida, al perder ella la dote tras el trágico naufragio de su
hermano? Tal y como se lo cuenta a Isabella (en el tercer acto), pienso que sí,
y sospecho más: Vicentio busca reivindicar a Mariana y obligar a Angelo a
desposarla, mediante la treta (diseñada por el mismo Duque) de hacer pasar a
Mariana por Isabella. Hay en Vicentio, insisto, mucho de Yago y también de Anselmo,
el curioso impertinente cervantino.
Nota
segunda
No
resisto el impulso de transcribir un pasaje de Harold Bloom (Shakespeare, la
invención de lo humano): La Viena de
Shakespeare es un chiste pre freudiano contra Freud, una venganza
shakespeareana por el ardiente apoyo que dio Freud al delicioso argumento de
que “el hombre de Stratford” de humilde origen había robado todas sus obras al
poderoso duque de Oxford (recomiendo ver Anonymous, de Roland Emmerich, 2011). Vicentio es el tipo de todos esos herejes freudianos
que se rebelaron contra su patriarca y sedujeron a sus pacientes femeninas
mientras proclamaban la pureza científica de la transferencia psicoanalítica.
Esto haría de Isabella el tipo de todas esas talentosas y bellas, perturbadas y
perturbadoras musas histéricas del psicoanálisis, las mujeres de Viena que
Freud y sus discípulos exaltaron y explotaron a la vez. El manejo que hace
Vicentio de Isabella –entre persuadirla de que colabore en el truco de la cama
y después engañarla en cuanto a la ejecución de Claudio- se parece mucho a una
manipulación transferencial, un condicionamiento psíquico que se propone
prepararla para que se enamore de su padre fantasmal, el falso fraile y
caprichoso duque.
Nota tercera
(digresión aparente)
Al
alterar la historia original de Notre-Dame
de Paris (1831), el productor, el director y el guionista de El jorobado de Nuestra Señora (1923) destejen
la trama de Víctor Hugo (admirador ferviente de Shakespeare) y traicionan su voluntad literaria. Desde su título, la
película desvía la atención hacia Quasimodo e ignora gravemente la importancia
de los personajes principales, que son y serán siempre la catedral de París y
Claude Frollo. Hay escenas, sin embargo, que salvan la película, como aquella
en la que Esmeralda da de beber agua a un azotado Quasimodo. La toma y las
excelentes actuaciones de Patsy Ruth Miller y Lon Chaney, logran conmovernos
tanto como el óleo de Luc-Olivier Merson (1903), pero
sobre todo se acercan fiel y suficientemente al texto de Hugo (Libro VI,
Capítulo 4, Una lágrima por una gota de
agua), el cual, a propósito, evoca con absoluta nitidez la crucifixión de
Jesús (las injurias y las burlas de la turba, la sed agónica del Verbo
Encarnado, su desgarrada humanidad).
Viene lo anterior a colación porque el Claude Frollo de Nuestra Señora de
París y el Angelo de Medida por medida
son la misma criatura envilecida: sepulcros blanqueados que abusan del poder
para satisfacer sus deseos mediante la extorsión. Tanto Esmeralda como Isabella
son víctimas de quienes se presentan públicamente como dechados de virtud, sabios observantes de la ley pero que
son, en la penumbra de sus almas, individuos atormentados por la disfunción de
sus pasiones. Pero aquí vale advertir que no son, ni Frollo ni Angelo, cínicos
como Yago ni como Ricardo III (aunque estos dos también viven su propio
infierno interior), no tienen el archidiácono y el diputado la malicia de Vicentio, sino que son perros
desatados que ya sólo actúan por un hambre incontenible. Y lo que nos identifica con ellos es que reconocen su pecado, pero saben que ya no tienen fuerzas para
controlarlo (con el "nos" me refiero a quienes tenemos, a veces, arrebatos de sinceridad).
Nota cuarta
A
Samuel Taylor Coleridge esta obra le parece lamentable, sucia, degradante y
repugnante, opinión que a Harold Bloom le parece más sensata que la de otros
cristianos que quisieron ver en Medida
por medida una clara alegoría de su propia fe.
Tal
vez puede explicarse que un poeta cristiano tenga una opinión tan agresiva,
porque la obra en, sí, es moralmente
inquietante.
Nota
quinta (otra vez el luminoso Bloom)
Shakespeare, acumulando
escándalo sobre escándalo, nos deja moralmente sin aliento e imaginativamente
desconcertados, tal como si quisiera acabar con la comedia misma, arrojándola
más allá de todo límite posible, más allá de la farsa, mucho más allá de la sátira,
casi más allá de la ironía en su aspecto más salvaje.
Medida por medida, más
específicamente que cualquier otra obra de Shakespeare, envuelve a su público
en lo que me siento obligado a llamar la invocación y evasión simultáneas por
el dramaturgo de la fe cristiana y la moral cristiana. La evasión es
decididamente más pertinente que la invocación, no veo bien cómo la pieza, en
lo que respecta a sus alusiones cristianas, puede considerarse sino como
blasfema (esto, digo yo, explica la agresiva postura de
Coleridge frente a esta obra maestra).
Nota
sexta
Fue
en octubre de 2015 cuando tuve la fortuna de asistir, gracias a los buenos
oficios de Juan Manuel Ramírez y acompañado por él mismo, a una de las
funciones de temporada de Medida por
medida ofrecidas en el Shakespeare’s Globe.
A
orillas del Támesis y en medio de colegialas atentas, con un clima benigno y un
gran trabajo actoral, el estar de pie durante tres horas no significó más que
una levísima incomodidad, atenuada por la convicción de que así vieron muchos
londinenses isabelinos el teatro de Shakespeare (aunque no sé si esta obra se
presentó fuera de la corte –su primera representación se realizó el 26 de
diciembre de 1604, ante Jacobo I).
A
mitad de la obra, la adolescente que estaba a mi lado sufrió un desmayo y cayó
como una pluma de gorrión. Inmediatamente, las mujeres de vigilancia acudieron
a ella y la levantaron en vilo para llevarla a la enfermería. The show must go on. A nosotros, en
cambio, nada nos costó estar de pie
durante tres horas, porque la excelente dirección de Dominic Dromgoole y el
gran trabajo de los actores nos mantuvo atentos y contentos.
Nota
séptima
Con Medida por medida se refuerza la idea
que he expuesto en mis tres lecturas anteriores (La Tempestad, Otelo y El
mercader de Venecia): Shakespeare construye sus piezas como teatro dentro del
teatro, y los personajes fingen, se disfrazan, suplantan identidades. El duque
Vicentio está preocupado por la promiscuidad imperante, pero no se atreve
aplicar leyes que llevaban ya veinte años en el olvido. No se atreve, pues teme
el juicio político así que deja su personalidad
jurídica y política a Angelo, conocido por su rigor moral y si mano dura en la
aplicación de la ley. Pero Vicentio no se va a Polonia, como hace creer a la
gente, sino que se disfraza de fraile para observar Viena sin él y en particular la conducta de Angelo (cosmos corrupto, llama Harold Bloom a la Viena de Medida por medida, que es, junto con Macbeth, una de las dos obras favoritas
del crítico).
Nota
octava (y obligadamente última, porque las lecturas de Medida por medida son infinitas)
Creo que el título de la obra se explica no, por supuesto, en el feliz desenlace (que parece contradecirlo) sino en la decisión de Angelo de acostarse con Isabella
para expiar la culpa de Claudio (tú te acostaste con Julieta, yo habré de
acostarme con tu hermana; le robaste su virtud a Julieta, que sea tu hermana quien
robe la mía). Esto –insinúa Bloom- es el Marqués de Sade isabelino.
Nota: Las tres fotografías fueron tomadas por Juan Manuel Ramírez Belloso
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